Ya en cierta ocasión se dijo en esta Santa Casa que Wert será lo que será pero lo cierto es que en los libros de historia no aparece Agustina de Aragón (que por cierto era catalana). Comparando los libros de Bachillerato con que estudiamos algunos en la época de Franco con los actuales textos de Bachiller debe reconocerse que aquellos eran mucho más ricos e intensos en contenidos que el material docente que hoy manejan nuestros hijos o nietos. Y el fracaso escolar que las estadísticas hacen evidente tiende a mostrar una brecha cada vez mayor entre el creciente desarrollo tecnológico y la capacitación con que se dice adiós a las aulas. En este sentido la exposición de motivos del proyecto remitido a la Cámara Baja enuncia verdades como puños que no se deben pasar por alto, por más que sea un proyecto de ley orgánica de la derecha rancia y conservadora. La censura desde los medios progresistas a la norma que ahora se tramita coge el rábano por las hojas construyendo su reproche primero en el tema de la Religión – religión que no es otra que la católica, claro está – y segundo en el tema de los derechos culturales de las Comunidades Autónomas – autonomías que en un elevado tanto por cien no es otra que la catalana, claro está también -. Lo que falta por ver en esos medios progresistas es un análisis más o menos riguroso de las causas explicativas de la creciente ignorancia del alumnado español. ¿Qué pasa? ¿Porqué la gente es cada vez más burra? Y aquí todos deberíamos entonar el mea culpa por asumir la confusión terminológica entre enseñanza y educación que sufrimos. Confusión de la que son responsables las gentes que nos mandan porque llaman una cosa a lo que con mejor o peor fortuna es la otra. En los colegios y en los institutos no se educa, en el sentido de procurar una formación integral del ciudadano. En los colegios y en los institutos lo que se hace es enseñar. No se combate la ignorancia, lo que se combate es la incultura. Donde se educa, donde uno recibe esa formación integral que le hace ser lo que luego es, es en la sociedad. En la familia, en el entorno, también en el propio centro docente. Ahí, en ese terreno, es en el que se libra la batalla contra la ignorancia. Y lo que hay que cambiar no es la ley – porque cambios legislativos ha habido y muchos -. Lo que hay que cambiar es la sociedad misma.